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lunes, 27 de abril de 2015

"La magia de la educación"


 “La educación es lo más parecido a la magia que existe en el mundo. Nada puede transformar la vida de una persona como lo hace la educación. Infunde confianza y permite que la persona descubra su propia voz. Además de beneficios obvios, como una mejor forma de vida y una vida más positiva, la educación contribuye a mejorar la sociedad en general: una sociedad en la que cada uno es consciente de sus derechos y de sus obligaciones.”

Nivasini, alumno indio de secundaria.

Recientemente he visto un reportaje televisivo en el que, durante el periodo de 21 días de convivencia en una comunidad menonita instalada desde principios de siglo XX en Mexico, la autora, una joven periodista española, va mostrando la vida de este grupo que ha persistido gracias a unas severas normas cuyo objetivo es su pervivencia como grupo manteniendo sus costumbres y forma de vida enormemente diferente a la cultura occidental de donde surgieron y en donde están insertos, aunque solo territorialmente.
Es un grupo cuyo fundamento y clave identitaria es su particular entendimiento de la religión cristiana. Todo gira en torno a la religión para la que lo importante es el mantenimiento del grupo fuera de influencias externas. Es más fácil no pecar por desconocimiento que por enfrentarse a situaciones que pueden estimularlo, podría ser una síntesis muy simplificada de los principios que les hacen ser tan diferentes y estar tan aislados de su entorno.

El tiempo en sus comunidades quedó paralizado hace siglos, cuando el sacerdote católico anabaptista Menno Simons, a finales del S. XVI, comenzó su propagación a lo largo de Europa.
El aislamiento mantenido, entre otras cosas, por no hablar otro idioma que el llamado bajo alemán, variante antigua que solo ellos conocen; la situación de la mujer en su papel de abnegada madre y ama de casa, siempre dos pasos por detrás del varón; la negación absoluta del progreso, todo ello y más, dirigido y reglado por el lider religioso de la comunidad, me han impresionado.
Pero lo que me ha sobrecogido más es la escuela, a la que los niños acuden hasta los 12 años cinco horas diarias, en la que no hay más libro que la biblia, en donde lo único que aprenden que no sea cantar salmos o leer para conocer el libro sagrado, es unos rudimentos de cálculo para saber cuántos adobes hacen falta para construir sus casas o para llevar la mínima contabilidad para la venta de sus productos. Escuela en donde no les enseñan nada, absolutamente nada, que pueda ubicarles en el mundo en el que viven para que así no tengan interés por salir de él, y conseguir que sean, como sus padres, mansos observadores y defensores del fanatismo de sus líderes religiosos.
En estas fechas ando consultando los trabajos que desde 2011 se están realizando con el auspicio de las Naciones Unidas para preparar la “Agenda para el desarrollo después de 2015” que pretende ser la continuadora y renovadora del programa “Objetivos del Milenio” de la misma institución que finaliza este año. En un informe preparatorio de la Agenda sobre la educación codirigido por la UNESCO y UNICEF, además de un análisis de la situación mundial de gran interés que pone de relieve que la educación era uno de los objetivos del milenio que no se han conseguido, leo lo que va como entradilla de esta reflexión. Su autor es Nivasini, un niño indio alumno de educación secundaria, y no puedo por menos que pensar con enorme tristeza en esas niñas y niños menonitas que son educados precisamente para lo contrario que Nivasini aspira, para no ser libres.
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PML

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